Volver a poner las ideas del derecho
Llegamos a la Borie en 1975 tras haber realizado allí, seis meses antes, una estancia de una semana. Nuestra relación con Shantidas fue al principio bastante difícil debido en parte y probablemente, a que no habíamos llegado por su mediación sino por la de Pierre Parodi.
Lo cierto es que no nos había seducido la conferencia que Lanza había hecho en la escuela de ingenieros en la que estudiábamos: fue el testimonio de Pierre el que realmente nos dejó huella. Le conocimos en Marruecos donde también residíamos nosotros y nos hicimos muy amigos de Pierre y Thérèse.
El libro de Shantidas que resonó en Bernard fue Principios y preceptos del retorno a la evidencia. ¡Una manera provocadora de volver a poner las ideas del derecho y las cosas en su sitio! Pero veíamos la Borie como una fortaleza y hubiésemos huido si hubiese faltado la presencia allí de Pierre y Thérèse… Durante el primer año, el acercamiento fue pues asunto delicado. No nos parecíamos mucho a los que solían hacer estancias allí porque ya teníamos dos hijos por aquel entonces. A veces Shantidas nos llamaba al orden cuando acudíamos a la comida comunitaria con la ropa de trabajo… Por su parte, Chanterelle llamó a Bernard: “mi buen bandido”; nos pareció que ella era el lazo entre Shantidas y la comunidad.
Después de la muerte de Chanterelle, los miembros de la comunidad invitaban por turno a Shantidas para la cena. Se veía que no estaba muy a gusto en casa nuestra… Pero en 1976, gracias a las manifestaciones de Malville, nuestras relaciones cambiaron. El hecho de participar juntos en la acción le permitió reconocernos como parte de los suyos.
Un día que estaba en casa nuestra para tomar el café, Bernard se mostró satisfecho después de la adquisición de un rastrillo-henificador (un instrumento tirado por un caballo), y Shantidas respondió: “¿para cuándo quince segadores alineados por la mañana, ya desde el alba? ¡Entonces sí que será el auténtico progreso!”
Cuando hicimos nuestros votos en 1978, Shantidas nos acogió muy cálidamente, nos talló él mismo unas cruces muy bonitas y afirmó que seríamos algún día los pilares del Arca. Habíamos acabado por adoptarnos mutuamente. El día de su entierro, Bernard condujo el carro que transportó su ataúd hasta el cementerio sobre el monte que domina el lugar.