Una atención toda sencilla y humana
Llegué a la Borie en 1974, después de haber leído mucho a Lanza. Chanterelle estaba enferma, se la veía muy poco, cuando venía a preparar su comida en la cocina. Simone estaba sonriente, alegre, nada quejumbrosa a pesar de su enfermedad. Un día me mandó a la estación para que le llevase un jersey a Shantidas que regresaba del Larzac. Es la única vez que entré en su casa. También recuerdo que ponía a cantar a los compañeros y compañeras en su habitación por grupos de dos o tres, durante una media hora.
Shantidas era muy solitario. Se le veía a menudo caminando solo por la naturaleza, con su libreta, pensativo. Un hombre muy interiorizado, viviendo en sus pensamientos, su filosofía. Recuerdo sus charlas bajo el cedro los días de fiesta y cuando hablaba durante las reuniones de postulantes y novicios, y durante los campamentos de verano en la Fleyssière. Apreciaba mucho su presencia, su interioridad, su manera de ser, de mirar. Sus pequeñas reflexiones también cuando estábamos agotados y que decía: “sentémonos” para incitarnos a mantenernos erguidos. No se perdía en explicaciones y elucubraciones, estaba todo en la presencia. Un día regresaba de Bédarieux en tren y él también estaba allí. Me senté a su lado y me ofreció chocolate. Una atención muy sencilla y humana.
Cuando les veía a los dos, sentía que estaban desbordados por la conducta de la comunidad. Sobre todo Shantidas. Su misión era la palabra. Los aspectos concretos de la vida comunitaria estaban asegurados por el conjunto de los comprometidos. Cada cual aportaba según su persona, en lo concreto, moldeando poco a poco lo cotidiano.