Un ser profundamente estructurado
Fue en París en 1945 cuando por primera vez vimos a Lanza del Vasto. Bernard le había escuchado en la radio y, de pronto, ¡allí estaba, en la acera de enfrente! Le seguimos bulevar Raspail abajo unos treinta metros hasta que tomó una callejuela.
Esta primera visión fue para nosotros especialmente impactante. ¡El hombre tenía tal presencia! Aportaba mucho más que esperanza, era testimonio de fuerza, dignidad, libertad interior. Era de porte noble y bello, y en cambio no buscaba seducir. Nos marcaron su palabra, su talla, su empaque, los de un ser profundamente estructurado. En aquella posguerra donde todos aspiraban sólo a la comodidad material, era un signo potente. Más tarde también descubrimos su faceta de hombre de acción y el hombre público, pero por aquel entonces era solamente él mismo.
Encarnaba un ideal necesario después de la Guerra. Los americanos eran omnipresentes, los jóvenes que querían construir un nuevo mundo les acogían como modelo. Mas para nosotros que frecuentábamos los compañeros de San Francisco girados hacia la pobreza, la palabra de Shantidas caía al pelo. Su comentario del Evangelio ofrecido a un grupo de oyentes de París, nos conmovió sobremanera; nos volvimos asiduos.
Momentos de intensa belleza. Luego nos reunimos con la comunidad naciente en Tournier en la época en la que vino al mundo nuestro primer hijo. Allí nos encontramos a un Lanza más severo, más sentencioso. Mas incluso dentro de su catolicismo riguroso, siempre habían como grandes bocanadas de aire. ¡Se inventaba la vida días tras día, con momentos de intensa belleza! Después fue Tourrettes-sur-Loup y una inolvidable fiesta de San Juan sobre esta meseta moldeada por una enorme corriente de lava, en donde danzamos alrededor del fuego.
En 1954, cuando Shantidas regresó de su segundo viaje a la India, estaba aureolado por su encuentro con Vinôbâ. Fuimos a visitarle allí donde se aisló para escribir su viaje. Nos interpeló proponiéndonos ir a la India. Un piloto de barco nos pagó el viaje de tercera clase en un navío que llevaba soldados hacia la Indochina. Partimos con nuestros dos bebés y permanecimos dos años en el ashram que fue el de Gandhi en Sevagram donde Bernard enseñaba la construcción a los niños de las escuelas. Fueron dos años increíbles. Quedamos sobrecogidos por su modo de vivir el Evangelio mucho más que en occidente.
De regreso, a pesar de la alegría de volver a la tierra, hubo que recuperarse de esta experiencia tan fuerte, de las largas caminatas con Vinôbâ y aquel día a día tan intenso. Todo esto, además de un profundo deseo de volver a hallar una vida en Iglesia tras esta inmersión en el hinduismo, nos había alejado un poco de Shantidas. Siguiendo pues nuestro propio camino fuera de la comunidad, escuchamos nuestra convicción común y nos unimos a la iglesia ortodoxa. Mas siempre nos causó mucha alegría reencontrarnos con nuestros hermanos y hermanas del Arca.