Un gran hombre apacible
La escalera de roble. La figura grande de Lanza del Vasto se me apareció por primera vez en la Chesnaie, cerca de Bollène, donde la comunidad del Arca estaba entonces implantada. Era un niño de unos diez años acompañando a su madre que quería conocer al autor de la Peregrinación a las fuentes. Veníamos de lejos: de Madagascar, donde sus libros le habían dado a conocer. Chanterelle, su esposa, nos acogió con gracia y nos introdujo en la sala de espera donde acababa una escalera de roble. La fresca sombra del lugar contrastaba con el calor estival del ambiente. Tras un tiempo de espera, un paso hizo crujir el piso y un gran hombre apacible, coronado de blancura, bajó hacia nosotros. Escalón tras escalón su larga figura no dejaba de desplegarse bajo nuestros ojos. Se desprendía de él benevolencia. El resto del recuerdo se ha borrado de mi memoria, pero esta imagen se me quedó grabada para siempre.
El amor a la sabiduría. Más tarde en el Hérault, entre 1972 y 1975, escuché su palabra y viví a su lado. Era un joven para quien la profundidad de su pensamiento le era sólo en parte accesible, pero lo recibí y practiqué con fervor. Más tarde todavía, los caminos de la vida y el amor por la sabiduría, por los que él me había despertado el gusto, me guiaron hacia el oficio de profesor de filosofía. Entre los numerosos libros por leer y releer, los suyos seguían siendo un manantial, un oasis. Guardaba hacia él el sentimiento de una deuda y el deseo de honrarle. Había sido, para mí y tantos más, un catalizador del despertar sin igual; ¿cómo devolverle algo de lo que me había dado?
Necesité mucho tiempo para traducir esta gratitud en actos. La publicación del Viático II, diez años después de la muerte del autor fue una primera señal. En este libro póstumo, a pesar de su carácter fragmentario, se dibujaba un pensamiento realmente grande. Me puse a su estudio sistemático. El análisis de los textos mostraba que Lanza era mucho más filósofo de lo que se podía pensar. ¿Acaso no entraba en debate con los autores de la tradición: Descartes, Hegel, Kant y tantos más, y al igual que ellos tenía una visión del mundo por hacer valer y una idea potente como propuesta. ¿Acaso no era digno de ser reconocido totalmente como miembro de esta tradición?
Lanza en Sorbonne. Siete años más tarde, Arnaud de Mareuil publicó la primera biografía de este gran hombre. Amplia, documentada, marcaba una etapa hacia un tal reconocimiento. Mas el subtítulo quedaba como en suspenso. Su vida, su obra, su mensaje: por falta de sitio el tercer aspecto no había podido ser desarrollado tanto como lo merecía la dimensión conceptual de la obra de Lanza del Vasto. Habiéndoselo dicho de manera respetuosa al autor, amigo de siempre, recibí una respuesta inesperada: “¡Te toca a ti hacerlo querido!” ¿Cómo rehusar? ¿Y por qué esta síntesis no iba a tomar la forma de una tesis universitaria, haciéndole a Lanza un homenaje intelectual más marcado?
Desde el nacimiento de este proyecto de tesis hasta su lectura en 2005, pasaron siete años más. La acogida de la universidad de París IV-Sorbonne y el apoyo de M. François Chenet, director de la tesis, favorecieron su feliz resolución. Expreso aquí mi gratitud hacia todos aquellos que me han acompañado en este camino. A todos aquellos que, descubriendo o redescubriendo a Lanza del Vasto a través de este libro, tomarán en serio su filosofía, les aseguro que tiene materia para alimentar sus expectativas y cautivar su atención. Y a todos los que el volumen de estos libros podría echar para atrás, les aconsejo explorarlos libremente. El pensamiento de Lanza es como una catedral: cada capítulo aquí propuesto es una de sus puertas. Todas conducen al mismo espacio en donde las formas se equilibran y donde irradia una vidriera. Hacia esta única y múltiple luz, que cada cual elija su itinerario.
(extracto de La Relación infinita. La filosofía de Lanza del Vasto, tomo I: Las Artes y las Ciencias, París, Ediciones du Cerf, 2008, prólogo, p. 7-8)