Un flechazo
Un círculo. Me acerco al final de mi vida con la sensación de cerrar un círculo. Cuando el Arca me aceptó, cinco años después del primer contacto, compartí la habitación con Simone Pacot. Había colgado un icono de la virgen de Vladimir. Esto me fastidiaba porque no había venido para andar con santurronerías. En realidad, fue premonitorio, pues me convertí en ortodoxa y esposa de sacerdote. Gracias Simone.
Igualmente, cuando un día Chanterelle me puso a la plegaria, ¡era algo tan inaccesible para mí que me hizo llorar! Y hoy practico la oración del corazón… A la vez que sigo ligada a la antroposofía, camino de sabiduría. Gracias Chanterelle: el círculo se cierra, el círculo de mi vida.
Primer encuentro. Cuando era interna, en el instituto, me quedaba sola el sábado por la noche en casa de mi hermana y mi cuñado. Escuchaba músicas de la India, entonces poco conocidas, y leía a Lanza. Fue para mí un flechazo. Desde que ya no creía en el “Jesusito”, no quedaba de la Navidad más que la noche de fin de año, y era terriblemente triste. Al descubrir los escritos de Lanza, la esperanza renacía. Dije a mis padres que un día me encontraría con él.
Fue en enero 1956 cuando pude asistir a una de sus conferencias. Sólo tenía 20 años. Era maravilloso, bellísimo: tanto por fuera como por dentro. Esta apariencia que molestaba a algunos era para mí muy importante: el sentido de la belleza a pesar de una pobreza extrema. Enseguida me inscribí en el grupo de amigos del Arca, y luego me uní a la comunidad por Pascua.
Mis padres. Me es difícil decir quiénes eran Shantidas y Chanterelle, de tan cercanos que me eran. ¡Eran mis padres! Es tan sencillo como esto.
Nunca tuve una relación muy personal con Shantidas y tenía poco que decir cuando me interrogaba sobre mi meditación. Sin embargo, fiché un libro de su biblioteca y me atreví a pedírselo. También le hablaba de mi interés por la astrología y me sentía respetada. Me enteré de que un día se enfadó en la reunión cuando todos los compañeros criticaban mi manera de estar “en la luna”, y dijo firmemente: “de todos modos, es mi hija, su lugar está aquí”.
Chanterelle me impresionaba por su faceta explosiva como gestora, por ejemplo cuando, para la venta de las telas, usaba argumentos que me parecían demasiado persuasivos y ella respondía a mis reproches: “hijita mía, ¡es menester hacer hervir la olla!” Me daba miedo, pero me causaba admiración por su voz y su canto.
Unicornio. Le debo a Shantidas el nombre maravilloso que me ha dado. Mientras estuve lejos del Cristo, mi nombre « Christiane » me pesaba. Sin embargo, llevar nombre de animal me entusiasmó porque esta forma de expresión simbólica me encanta.
Supe de mi nombre un día en el que Shantidas me presentó a un visitante: “he aquí Unicornio, eres a la vez el unicornio y la dama”. Así es para mí aquel que me nombrara. Es una gran cosa porque nombrar es un acto altamente simbólico: es el papel del Padre, un acto creador. Fue la primera etapa de la vida espiritual. Es esto la poesía: la palabra mágica y actuante.
Cuando me fui del Arca por obligación, pues desposaba un sacerdote, guardé mi cruz esculpida de Unicornio. Aquello que después busqué en la antroposofía, era lo que ya buscaba en el Arca: un arte de vivir. Lo que me atrajo primero fue la poesía, la “cifra de las cosas”, la comprensión del mundo a través de los números y de los símbolos. Soy la hija de Shantidas al ser hija de su poesía.
En casa. Mi paso por el Arca me llevó al Cristo y a la Iglesia, vocación del Arca y de Juan bautista. Pienso en un comentario del sacerdote ortodoxo Jean-Yves Leloup, acerca del encuentro de Jesús y de la Samaritana, que me emociona especialmente. A la pregunta: “¿dónde hay que adorar?”, Jesús responde: “en verdad y espíritu”, lo cual Jean-Yves traduce de este modo: “en el soplo y la vigilancia”. Y estas nociones de soplo o respiración, de vigilancia o atención, son centrales en la enseñanza del Arca. Lo cual me hace decir: “Mira, Shantidas, ¡vuelvo a casa!” El círculo se cierra, el círculo de mi vida.