Su hablar era a la vez simple y muy profundo
Era por aquel entonces profesora de primaria desde hacía una década, lo cual me gustaba mucho, tanto más cuanto que participaba del movimiento Freynet y era miembro de los docentes cristianos. También era la época de la lucha del Larzac, y me parecían estas acciones no-violentas muy evangélicas. Me junté con la comunidad de la Borie-Noble en 1976.
De lo que me acuerdo de Shantidas: a la vez un hombre impresionante y un abuelo. Un hombre de talla intelectual y espiritual importante, aunque tuviese sus defectos como todo el mundo… Nunca le puse sobre un pedestal, pero sentía un gran respeto por él.
Cuando llegué al Arca, era la época en la que algunos rehusaban la entrada a personas divorciadas. Shantidas se posicionó apoyándoles, precisando que la iglesia se contentaba con casar a las parejas y, después, las rechazaba si se separaban, sin ofrecer medios para acompañarlas. Esta actitud por su parte me tranquilizó completamente sobre su apertura de espíritu: no era el tradicionalista que temía que fuese. Es cierto que en la vida de cada día era a veces algo distante, pero yo andaba con la Caille y Maite que hablaban de “shantibaba”, de su gusto por el café y el chocolate, de sus pequeños defectos, ¡y esto me lo hacía muy simpático! Los desayunos con él eran muy agradables, así como sus relatos de regreso de algún viaje.
Su esposa Chanterelle era muy espontánea y meridional. ¡Nos llamaba “las peques” a pesar de nuestros treinta años! Era una mujer que iba directa al grano y no tenía pelos en la lengua. Era muy atenta con Shantidas, regañándole a veces, y él se dejaba hacer. Tengo buenos recuerdos de haberles visto vivir juntos. Recuerdo que él decía a veces: “cuando seamos viejos, ya pensaremos en ello…” ¡Tenía casi 75 años!
Como yo me alojaba en la torre, oía por las mañanas a Shantidas tomar su ducha fría con gran alboroto, y me quedaba petrificada: ¡el agua era glacial en invierno!
Era un gran hombre pero tenía su lado accesible. Me gustaban mucho sus conferencias: su hablar era a la vez simple y muy profundo.