¡Ponme un nombre!
Soy el segundo de una hermandad de siete niños nacidos en la comunidad del Arca. Mi primer recuerdo de Shantidas y Chanterelle se remonta a mi primera infancia, tenía menos de cinco años. Había decidido cantar bajo su ventana cada día y cuando salían de su habitación reclamaba: “Shantidas, Shantidas, ¡ponme un nombre!”. Él se negaba diciendo que no daba un apodo sino a los Compañeros. Pero tras unas cuantas semanas, por la intercesión de Chanterelle, me dio el apodo de “Roitelet” (Reyezuelo) que se me ha quedado, y con el que firmo mis pinturas y esculturas.
También guardo de Shantidas otro pequeño tesoro: su dedicatoria sobre un ejemplar de Las Cuatro Plagas que regaló a mis padres en 1960 donde escribe: “Para Nicodemo y Pinson, y más tarde para Christophe”. ¡Estaba ya escrito!
Más tarde en la Borie, cuando hacía frío, Chanterelle nos guardaba a veces en su habitación, a nosotros los niños Guérini. Shantidas estaba allí trabajando en su despacho, y permanecía en su absorción mientras ella nos instalaba. Luego se iba a buscar agua caliente y nos preparaba mate en un calabacino con una pipeta de plata. Durante su ausencia, Shantidas se interesaba por nuestra presencia y nos enseñaba sus escritos y sus tallas. Recuerdo haberle preguntado cómo obtenía tan hermosa pátina sobre el marfil. Me explicó su método: ¡frotar con dentífrico!
Recuerdo también que amaba bailar. Le vi reír en tal ocasión mientras que por lo general solía estar serio. Se le notaba entonces feliz de estar con los demás.
Chanterelle tomaba muchas fotos. A veces sacaba su viejo aparato Semflex rectangular inserto en su cajita de cuero y pasaba de familia en familia. Este aparato se lo regaló a mi padre y está hoy en mi posesión.