Mi profesor de latín
Tenía diez años cuando mi familia llegó al Arca, a la Chesnaie, cerca de Bollène. Enseguida me hice un amigo, Daniel, era como un hijo adoptivo para Shantidas y Chanterelle. Pasábamos mucho rato en casa de Chanterelle. También íbamos a visitar a “madre”, la madre de Shantidas que vivía en la comunidad. Teníamos un contacto muy familiar con ellos.
Los niños tenían mucha libertad dentro del Arca, la posibilidad de descubrir un montón de cosas, de aprender a ordeñar, a esculpir, a hacer el huerto… Con doce años me fabricaba yo mismo mis sandalias.
Shantidas también era mi profesor de latín. Y esto era cosa difícil porque yo era mal alumno y él no comprendía que no me entrase en la cabeza… Se ponía tan furioso que me daban ganas de esconderme bajo la alfombra sobre la que nos sentábamos.
En cambio estaba satisfecho de mí cuando representaba un papel en el teatro porque se me daba bien. Así como le temía para las clases de latín, el resto del tiempo la relación era “normal”, le cogía uno fácilmente de la mano, al final de la tarde, alrededor del fuego, en toda sencillez.
Chanterelle era muy maternal y dulce, aunque a veces impaciente cuando nos ponía al canto (¡consiguió que aprendiese el gregoriano que supe descifrar!), una de sus alegrías era hacernos posar para tomar unas bonitas fotos.
No era esclava de la regla de la comunidad, hacia lo que le parecía mejor. Por ejemplo, para el silencio del viernes. Si alguien señalaba su falta, me miraba diciendo: “¡qué pesado!”, y, bueno, se sometía a ello.