Habitado por una presencia
Tenía 23 años cuando conocí a Lanza en Bollène. Un hombre alto, impresionante, intimidante: en toda evidencia, alguien fuera de lo común, portador de cierta aristocracia o nobleza. La pregunta era: ¿cómo abordarle?, ¿cómo entrar en conversación? A lo largo de semanas y meses la cuestión quedó en suspenso, era difícil hablarle. Mas pronto me di cuenta que era de una gran sencillez y totalmente accesible para cualquiera que se atreviese a dirigirse a él.
Estaba habitado por una presencia, por un mensaje para cada cual de nosotros y para nuestra época. Me aprovechaban muchísimo sus enseñanzas y los pequeños comentarios que pronunciaba con la plegaria de la noche.
Para mí de origen campesino, su lado aristocrático y artístico era un placer, un descubrimiento enriquecedor. En el transcurso de los años, también tuve ocasión de enfrentarme con él, no estábamos siempre de acuerdo en cuanto a las prioridades de los trabajos comunitarios por ejemplo. No estaba muy dotado para gestionar las relaciones de trabajo y se mostraba a veces rígido. Mas había que mantener el timón en esta audaz travesía, siempre supo enderezarlo en la tempestad; así en 1973, durante la suspensión de los votos de los Compañeros, por ejemplo.
Lo que más admiraba en él era una acogida y presencia increíbles hacia los recién llegados o las gentes de paso.