Filiación, integración, adaptación
Conocí a Shantidas cuando tenía 17 años. Había venido a dar conferencias en el País Vasco, en España, en el marco de la lucha contra la energía nuclear. También le escuché en la televisión y leía una revista libertaria que contenía artículos sobre el Arca. Me impactó este personaje que ponía en cuestión la sociedad y sus valores dominantes, tanto a través de su pensamiento como en las formas concretas: lenguaje, apariencia, estética... se acercaba a mi búsqueda personal. Sin embargo, por aquel entonces la no-violencia no era para mí algo integrado, sobre todo teniendo en cuenta el contexto vasco. Guardé un recuerdo vívido de este encuentro, pero no era el momento de unirse al Arca: tenía mucho camino por recorrer todavía....
Más adelante, en 1983, me uní a un grupo de Aliados del Arca que hacían una experiencia de vida comunitaria. Fue entonces cuando entregué mi cartilla militar y empecé a caminar en el espíritu de la no-violencia. Me convertí en postulante dentro de esta comunidad de nombre “arguinariz” que duró unos cuantos años, luego me reuní con la comunidad de la Fleyssière en 1985.
Para que una enseñanza esté viva, es necesario integrarla dentro de uno, digerirla, hacerla suya. Esto supone la coexistencia de un sentimiento de filiación y de una mirada crítica. Como Gandhi con la enseñanza de Tolstoi, o Shantidas con la de Gandhi, me reconozco en la fidelidad pero también la integración y adaptación en función de la situación histórica y personal. Comprender lo que nos habita, lo que pasa dentro de nosotros y en el entorno social, esto es esencial para “el conocimiento, la posesión y el don de sí”, a los que nos invita Shantidas. Para dar fruto, esta enseñanza no puede hacer abstracción de la realidad y del contexto de vida.