Conocí a Lanza del Vasto durante su gira por el este canadiense en 1974. Unos meses antes se había traducido un artículo suyo en una revista y su foto, que ocupaba toda una página, me llamó mucho la atención. Luego me fui de viaje a la otra punta del Québec a casa de mis padres, y mi madre me llevó a una universidad para ir a escuchar a cierto filósofo…¡Cuál no fue mi sorpresa cuando reconocí al hombre de la foto!
Al acabar la charla conocí al grupo de los Amigos del Arca y participé después en un seminario de unos cuantos días al borde del lago Saint-Côme. Allí conocí a Jean, mi futuro esposo. Las palabras de Shantidas sobre la bomba atómica y el destino de occidente me parecieron muy pertinentes. Regresó varias veces al Québec. Los organizadores, Paul y Mathilde Francoeur, eran cálidos y apasionados. Seguí al grupo durante un año. Era un momento idóneo, pues estaba libre tras mis estudios de teatro.
En otoño 1975, decidí venir a Francia para hacer prácticas en la comunidad del Arca. Jean ya estaba en la Borie-Noble. Llegué en el momento de la muerte de Chanterelle, el 12 de noviembre, y la vi solamente en su ataúd. Un bebé acababa de nacer en la casa de una familia de la comunidad. ¡Cuántas emociones!
Durante el invierno sustituí a Nicole Dahlia en el secretariado para ayudar a Shantidas con el correo. Estaba relajado y sabía ser gracioso. “Sí, es sursotérico…” comentaba ante una carta surrealista y esotérica. Hablaba poco pero sabía escuchar. Por San Juan 1977, Jean y yo nos casamos. Aquel día Shantidas ocupó el lugar de un padre; era en efecto mi padre espiritual.
Luego regresamos al Québec con misión, tras hacer nuestros votos en el Arca. Allí tuve el privilegio de acompañar a Shantidas durante sus giras. Debía velar por él porque rondaba los 80 años y tenía recomendaciones de los compañeros del Arca en cuanto a su régimen y su ritmo de vida. ¡Fue una experiencia maravillosa! Estaba muy a gusto y mucho más radiante que en su casa en Francia. Lo que decía era de gran profundidad, se ganaba la atención y escucha de su auditorio.
Al margen de estos momentos profundos que vivíamos durante sus conferencias, estaba alegre y nos hacía reír mucho. Un día, pensábamos qué título dar a su próxima conferencia: “Pon lo que quieras querida, de todos modos siempre digo lo mismo”. En otra ocasión, estaba preparado para el programa de radio, los auriculares sobre los oídos y se puso a ritmar cómicamente la música pop… Una noche el coche que le transportaba pinchó, hacía menos 20 grados; Shantidas acabó congelado y nos apresuramos en ofrecerle una sopa o un chocolate calientes, ¡pero nos pidió un helado!
Se dejaba llevar siendo dócil y de fácil convivencia. Mathilde le había regalado unas zapatillas de lana que no se quitaba ni para dormir. Era un hombre humilde y encantador y, sin embargo, en otras ocasiones también pude verle exasperado, sintiéndose traicionado por la falta de respeto a las reglas o a los textos. Se ponía entonces todo colorado, erizado de ira contenida.
El último año de su vida, estábamos con él en la Borie-Noble. Estaba a menudo triste. Me intimidaba pero me gustaba sentarme a su lado, notando que esto le agradaba porque al envejecer, llevaba mal la soledad. Me acuerdo de una noche alrededor de la plegaria del fuego: un huésped de paso, algo desequilibrado, caminó pies descalzos sobre las brasas y empezó a gritar interpelando a Santidas. Éste reaccionó con mucha calma, tendiéndole la mano para sacarle de allí…
Otra noche Shantidas nos invitó a mí y a Jean con Jean-Daniel Jolly-Monge. Le recuerdo poniendo la mesa con calma para recibirnos. Tras la cena, admiramos cosas hermosas en los libros de arte. Se notaba que buscaba retenernos retrasando el momento de la partida. En aquella época padecía insomnio, de tal manera que se dormía en su butaca algún rato durante el día. En 1980, se fue de gira por España pero sólo regresó para ser enterrado en la colina… ¡cuántas veces he pensado en él durante mis años de responsabilidad en el Arca!