Canto, baile… y mousse de chocolate

Claire Moussalli-Martinet (1954)

Mi encuentro con Shantidas y Chanterelle se produjo al nacer. Habían cedido su habitación a mis padres para el parto porque aquel año acampaban en el jardín. Era el otoño de 1954, en Tourrettes-sur-Loup, justo antes de la mudanza de la comunidad naciente en Bollène. El día después de mi nacimiento, todo el grupito, vestido de blanco, acudió a la iglesia para el bautismo. Chanterelle, mi madrina, sostenía con orgullo el bebé enrollado en sus lanas blancas.

 

Hasta donde alcanza mi recuerdo, Chanterelle era todo sonrisa. Si me reprendía, por ejemplo cuando me enseñaba a leer, su rostro se iluminaba enseguida después, como para animarme. En cada uno de mis cumpleaños, me preguntaba qué deseaba. Y yo soñaba como Cenicienta delante de su madrina: pedía una paloma o un conejo blanco… Siempre acababa por coserme alguna prenda y, llegado el día, me invitaba a su casa para la merienda; saboreábamos juntas una mousse de chocolate que había preparado ella misma, ¡una auténtica delicia que Shantidas apreciaba también mucho! A menudo me ponía a su lado en las comidas comunitarias, y sentada entre ellos dos, me sentía como la hija del jefe. Siempre estaba alegre, animada, cantarina, entusiasmada.

Shantidas, él, estaba más bien silencioso. Pero con lo pequeñita que era, esto me parecía totalmente normal y natural. Por supuesto, no iba a saltar sobre sus rodillas como lo hacía con otros, pero le sentía cercano y benevolente, lleno de dulzura.

 

Me parecía que esta pareja llevaba la carga de la comunidad. Su presencia, su prestancia, su manera de acoger, de alentar, de envolver, de velar, de presidir, de todo ello emanaba un sentimiento de quietud y seguridad.

Cuando alguno de los niños caía del muro de piedras, o de la rama de un árbol, Chanterelle tenía su propia manera de hacerse cargo de él: le daba a beber un gran vaso de agua, y se aseguraba que fuese después a hacer pipí. Se quedaba entonces tranquila estimando que si el agua era evacuada, ¡es que todo el cuerpo funcionaba!

Pasando debajo del árbol del que siempre andaba colgada, con mi vestido rojo, Shantidas declaró un día: ¡te llamaré “cereza”! Pero más tarde, en el transcurso de una comida comunitaria, buscó en vano qué pájaro era… un pájaro ciertamente, pero no sabía cuál.

 

 

Chanterelle cantaba como otros respiran. Una voz intensa, subiendo sin dificultad hacia las alturas, llenando el aire de nostalgia o de alegría. Cantaba y arrastraba con ella a toda la comunidad para bendecir la mesa, para las liturgias o para las fiestas.

Cada semana, nos encontrábamos en la cocina alrededor de algunas velas, y con el diapasón en una mano y las gafas en la otra, nos ponía a trabajar las partituras de tres o cuatro voces con perseverancia y paciencia. Eran momentos felices, de connivencia y armonía.

Shantidas cantaba también, con ella o con nosotros, pero le recuerdo sobre todo hablando y enseñando. De muy joven, ya me gustaba ir a sus charlas bajo el tilo. No sabía qué es lo que podría comprender, pero ya me gustaba escucharle. Sentía que ocurría algo importante, que sus palabras colocadas unas tras otras con firmeza abrían vías o verdades.

 

A Shantidas y Chanterelle también les gustaba mucho vernos bailar. Ellos no lo hacían a menudo pero la danza marcaba el ritmo de la vida comunitaria casi tanto como el canto. Como si le viera, a Shantidas, durante un curso de danza que nos impartió Gazelle a nosotras, las adolescentes, ¡cuán feliz era de ver nuestros talentos desarrollarse! También bailabamos juntos con ocasión de algunas liturgias, mezclando nuestras tan distintas edades y flexibilidades en una misma coreografía. ¡Era especialmente emotivo ver a Jacques el labrador bailar con su cuerpo rígido por los trabajos del campo! Con Shantidas y Chanterelle siempre estábamos en proceso de creación.

 

 

Cuando los problemas de pareja de mis padres se acentuaron tras veinte años de vida en común en el Arca, Shantidas y Chanterelle se mostraron muy atentos y presentes. Evidentemente parecían totalmente impotentes y no sé si podían hablar realmente entre adultos, pero venían a menudo a nuestra casa a dar testimonio de su afecto.

La última mousse de chocolate que compartimos celebraba mis 20 años. También estuvo invitado Didier, Didier Martinet con quien me casé algún tiempo después… ¡Y así fue cómo supe qué pájaro soy!